miércoles, 23 de agosto de 2017

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Publicado el 17 de Agosto de 20171

La inteligencia colombiana

Por: María González*
Veo con preocupación a la inteligencia colombiana, y esta vez no como producto de la autorreflexión. En un artículo publicado en un periódico nacional, un intrépido que no decrépito periodista como hay quien afirma por ahí, pone al descubierto, gracias a la información de unos temerarios infiltrados, que “el partido político de las FARC en nada va a parecerse a los que hemos conocido en Colombia. Su objetivo único y último es la toma del poder”. ¡Qué bestialidad!
Por si esto fuera poca cosa, mostrando una audacia ejemplar, su revelación es de no creer: ahora los antiguos guerrilleros disputarán el poder dentro de la institucionalidad democrática, y para ello, acudirían a alianzas y apoyos con diferentes sectores políticos. ¡Indignante!. Pero ahí no acaba la cosa... A renglón seguido, la fuente en cuestión (desde varios ángulos) afirma que, en dado caso, en los territorios donde las FARC salgan electoralmente victoriosas, administrarían los recursos económicos, como lo hacen todos los alcaldes y gobernadores y, ténganse todos, enfatiza: ¡lo harían con miras a construir fortines políticos! ¡Qué porquería! ¡Es el colmo!
¿De verdad alguien requirió infiltrarse y ocultar su rostro para descubrir una noticia pública, que le ha dado más de 80 vueltas al mundo (o parecido); que se ventiló durante cuatro o cinco años seguidos, y que cualquier ciudadano puede consultar simplemente en la legislación nacional, o con su cacique electoral de cabecera (municipal o regional)? Serán guayabas… (verdes). Lo peor de todo, ¡damas y caballeros de sociedad, es posible que “la exclusiva” del infiltrado haya sido paga con nuestros impuestos! Esa platica se perdió. ¡In - cre - í - ble! En fin. En el mejor de los casos, para nuestros bolsillos y sobre todo para los servicios de espionaje y contraespionaje, tan reputados en el país desde hace algunos años, el infiltrado no existió y el impoluto periodista la noticia se inventó. Y es que solo el autor intelectual de un manual de idiotas podía imaginarla… o creérsela (Ver artículo de referencia). Crucen los dedos.
Pero los problemas de inteligencia no solo afectan al entrevistado-entrevistador. Ciertamente es preciso resaltar que, gracias a nuestra inteligencia, los criminales en Colombia no la tienen fácil. Para conmocionar al país, o al menos a las autoridades, no es suficiente matar por centenares a personas del mismo perfil político, social o ideológico. Fíjese usted... En el ejército, la policía y la fiscalía los criminales tienen que pasar una dura prueba epistemológica si desean que su acción asesina no sea considerada de poca monta. En efecto para que la acción criminal adquiera importancia, y de paso sus víctimas reales y potenciales se vuelvan también importantes, se requiere estar organizado, coordinado, ejecutar listados en orden alfabético; en lo posible con la misma arma; a la misma hora; de forma ininterrumpida, en la misma localidad, y no por ello menos importante, portar con altura un uniforme. Ese es el orden de las cosas. De lo contrario pueden matar a cientos y no será más que una modesta acción de delincuencia, de la común, de la aleatoria y simple, de esa que no irrita a nadie, y menos si es hacia los mismos de siempre, a saber, líderes o activistas populares y de derechos humanos. Lo demás son patadas de ahogado y mamerto… Para nuestra inteligencia, y no solo la institucional, en Colombia lo único sistemático (eso si demostrado con cámara y todo) y a todas luces alarmante es el robo de celulares. Ciertamente ese sí es un problema que nos compete a todos y no solo cosa de casos aislados. Su gravedad es solo similar al comunismo, de pensamiento y obra, al que deberían decretar sistemáticamente como ilegal, para que de una vez se regresen al monte, de donde no han debido salir nunca.  ¡Ah bestias!
El problema de la inteligencia en Colombia es cada día más grave… Nuestro impoluto periodista de marras tiene material para un nuevo tomo de su libro, y fijo se venderá por montones.

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Profesión mesías, profesión peligro

Publicada el26 de julio de 2017


Todo era oscuridad y frío. Los malandros y los comunistas de camuflado lanzaban balas y carcajadas por doquier. Dicho de otro modo: las tomas guerrilleras y los secuestros masivos en las carreteras realizados por las FARC, junto al poder social y político acumulado por los carteles del narcotráfico, marcaron el inicio de esta historia. Ni siquiera en los deportes nos iba bien.
Un señor con bigotes y dientes de conejo sacó una negociación del bolsillo, y aumentó la decepción con su incompetencia estratégicamente combinada con la pedantería de los armados. En otras palabras, la débil legitimidad y precaria gobernabilidad en tiempos del doctor Gordito empeoraron con la improvisación de la negociación Patrañesca (en varios sentidos), y el aprovechamiento militar que las FARC hicieron de ella. La modalidad de la negociación se desprestigió o peor aún, se desprestigió la paz como la salida. La salida a la guerra, la encontraríamos por la guerra misma.
Entonces éramos un país necesitado de un héroe, y de súbito, con la sencillez aplastante de las grandes fórmulas, apareció él: con la mano en el pecho, la camisa roja, el cielo azul, y la tricolor ondeante: mano fuerte, corazón grande. ¡Alabado sea su nombre! En otras palabras: Con la ayuda invaluable de las benditas FARC emergió la hasta entonces siempre elusiva identidad nacional: la identidad nacional antisubversiva, y él como su hacedor y nuestro salvador. No hubo un enemigo externo, como en la tradición, sino un enemigo interno. ¡Honor y Gloria por siempre! Ah y el enemigo externo posteriormente apareció: Chávez. Otro ¡Gooool!
No seríamos ya ciudadanos sino hijitos, no habría más ministros sino mandaderitos; solo un líder, solo una voz… solo una estrella. Junto a un discurso nacional antisubversivo se instaló el vale todo y empezó el show: Hasta la lejana Casa de Nariño, donde solo los mandamases tienen asiento, se volvió cercana para todos: la casa de Nari… Ya no sería el doctor, sino el ganadero, el patrón… ¡Qué humildad! ¿Quién dijo que los arrieros terratenientes no podían parecerlo? Él nos escuchaba a todos en consejos comunitarios, organizados milimétricamente tras bambalinas, pero nos escuchaba. ¡Qué inteligencia! Y sobre todo, ¡qué contrainteligencia!
En suma, el show de lo popular, la autoridad y la eficacia funcionó y fue transmitido y retransmitido sin cortapisas por radio, prensa y televisión: el mandamás apeló a lo coloquial en su lenguaje, a lo folclórico en su estilo, a lo popular en las medidas que implementó, así muchas no fueran sino medidas de opinión, y otras muchas nunca se ejecutaran. Él logró capitalizar el fastidio hacia el modelo de político oligárquico, cuasi hereditario, oficinesco y experto, y convirtió en códigos de identidad colectiva los que emplea como sus credenciales de presentación: creyente, trabajador, antiguerrillero. La unión fue reemplazada por el ‘unanimismo’, o lo que es lo mismo, el uribismo. Las denuncias en su contra se transformaron en ofensas a la patria, en mantos de duda sobre los denunciantes, y la oposición a su figura en delito de traición. Por eso es tan difícil correrle la silla al patrón.
Él ha logrado mantener vivos los contra-símbolos o antivalores que le permiten ser quien es: aunque las FARC han muerto, su fantasma comunista quizás, quizás, quizás asusta más; el castrochavismo se reencarnó en la brutalidad de Maduro en todas sus acepciones (una maldición para ellos y para nosotros, una bendición para él); y la oligarquía traicionera, antipática y poco dadivosa tiene en Santos de dónde explotar (con y sin méritos, hay que aclarar).
Aunque los villanos de antaño ya no están, los nuevos brillan con luz propia, en vivo y en diferido. ¿Dónde están las cámaras, amigo periodista? “El show debe continuar… yo soy un profesional”. Sálvese quien pueda…

*Investigadora social
mariaanonimagonzalez@gmail.com
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