sábado, 29 de abril de 2017

Hacer memoria, ¡arr!

Hacer memoria, ¡arrr!

Publicada en El Espectador. 26 de abril de 2017

El aleccionador comunicado que me permito presentar a continuación pudiera ser leído como una provocación, mas he de confesar que no tengo mérito alguno. Solo me he limitado a cambiar el formato del texto. Aunque he incluido citas literales, sus fuentes originales pueden ser consultadas en la Revista Armada (septiembre de 2016), en el periódico de Acore (edición 557) y en su proyecto de expansión o Decreto Presidencial 502 del 27 de marzo de 2017.
Comunicado a la opinión pública
Primero. Se ordena a nuestras tropas y a nuestra familia colombiana “Alistarse para un nuevo capítulo de la guerra: la memoria histórica”. ¡Firmes!
Segundo. “No existe nada que nos cause vergüenza”. (¿Me copian?) Las fuerzas militares de por estos lados no tenemos vergüenza.
Tercero. “El Basta Ya parece hecho por el enemigo”. (Repito, sí. “El Basta Ya” parece hecho por el enemigo). “Aparentemente, se utilizaron muchas falsas víctimas que fueron entrevistadas en zonas tradicionalmente afectas a los terroristas”.
Cuarto. Es nuestro deber inscribir para la posteridad la heroica acción sin mancha de nuestras gloriosas Fuerzas Armadas.
Quinto.  Declárese terrorista, extrema izquierda, oenegero, revanchista o antimilitarista, toda expresión que no se ajuste a la descripción fidedigna de nuestras hazañas.
Sexto. Las fuerzas armadas no aportaran a la verdad sobre el conflicto. Su voz es “la verdad verdadera”.
Comuníquese y cúmplase. (¡Que suenen las cornetas y tambores!).
En este contexto de descalificación continua del trabajo del Centro Nacional de Memoria Histórica(CNMH) y sus informes, por parte de militares activos y retirados, el Decreto por el cual se nombra en la junta directiva al ministro de defensa o su representante, no puede verse de otro modo que como una amenaza a Memoria Histórica, como enfoque y como institución. Es, esperemos, un fallido intento de expropiación.
El CNMH ha documentado las alianzas con el paramilitarismo y numerosas violaciones al DIH de parte de la institución castrense recogiendo centenares de sentencias condenatorias realizadas por el aparato judicial, no por Memoria Histórica. No son inventos académicos ni mucho menos una estrategia guerrillera para desprestigiar a las Fuerzas Armadas. Negativo.
Así mismo, es cierto que el papel de las Fuerzas Armadas en el desarrollo del conflicto armado no se limita a lo anteriormente descrito. Y no es que esté pensando en las ejecuciones extrajudiciales y en sus variedades recientes, conocidas casi folclóricamente como “falsos positivos”. De hecho, y es también verdad, las Fuerzas Armadas en incontables ocasiones han servido a la protección de muchos conciudadanos de las acciones criminales de los criminales y de los guerrilleros, siguiendo no solo su función legalmente establecida, sino también respetando los medios legalmente dispuestos para ello. Pero resulta ominoso que se pretenda instalar y presentar la narrativa apologética propuesta abiertamente por los militares bajo el sello del Centro Nacional de Memoria Histórica.
El cuestionamiento a la presencia de las Fuerzas Armadas en el consejo directivo del CNMH no obedece a un prejuicio. Su presencia en el campo de batalla no es garantía de contribución a una verdad ampliada, menos aun cuando la eliminación del enemigo o contradictor siga siendo la lógica con la que se traslada su presencia a la memoria histórica que emergió en el marco de la ley de Víctimas: “Alistarse para un nuevo capítulo de la guerra: la memoria histórica”, “Responder prontamente ante las nuevas “Comisiones de la verdad” que serán creadas con nuestros detractores”.
La verdad de una confrontación armada y de un conflicto social y político dista mucho del recuento militar, sea del bando que sea, y más aún, cuando es un recuento militar negacionista de la corrupción interna, de la cual la ejecución de crímenes cometidos por tropas y altos mandos no es su única, pero si su más visible expresión.
Aunque sepamos que el asunto va mucho más allá, la discusión de si fue primero el huevo o la gallina, o si los otros han sido peores, o si los otros han sido cínicos, o hasta cuándo seguirán siéndolo, no son argumento para eludir el reconocimiento de la responsabilidad institucional y estatal en la degradación del conflicto armado interno.
Aunque impensable hace muy pocos años, en las Fuerzas Armadas hay un sector amplio, de pensamiento progresista, que sorpresivamente ha resultado más moderado que muchos sectores políticos, y sin el cual esta paz indeseada y boicoteada tendría aún menos esperanza de materializarse. Es un sector que ha dado contundentes pasos en materia de reconciliación y que aún puede dar importantes pasos también en materia de verdad. Con todo, el cambio interno ha sido muy lento y no tiene horizonte seguro.
La memoria histórica está sitiada. Y su defensa no está incluida en las glorias de nuestras Fuerzas Armadas. Misión cumplida.
Pd. Pregunto: ¿Es tan fácil transformar el sentido de una Ley, como la de Víctimas, por decreto? Abogados y magistrados: ¡Arr!
En: http://www.elespectador.com/opinion/hacer-memoria-arrr-columna-691181

Hallazgos colombianos para rasgarse las vestiduras

EL AGUA TIBIA MOJA

Hallazgos colombianos para rasgarse las vestiduras

Publicada en El Espectador Marzo 28 de 2017
Eso de emitir alaridos porque Odebrecht penetró la política, o, no sabemos, los políticos cooptaron a Odebrecht, me parece un espectáculo mediático de los malos. No pretendo banalizar lo descubierto por las autoridades estadounidenses. Además, desde hace mucho en Colombia la corrupción se banalizó, no sólo política sino socialmente. La asociación entre política y corrupción forma parte del conocimiento de sentido común de los colombianos, y también del conocimiento ilustrado.
El asunto está tan institucionalizado que dentro de los documentos que se allegan en cada licitación, los posibles contratistas adjuntan el conocido CVY (Cómo voy yo), a sutil petición del oferente o motu proprio. Ayúdate que yo te ayudaré. Para algunos es economía solidaria, no corrupción.
Ciertamente no es un asunto de almas extraviadas, hermanos míos. ¿Acaso no se han descubierto carteles o carruseles de la corrupción-contratación desde hace décadas?, ¿o será que la gente cree que es un asunto de telenovelas o un juego multitudinario? ¿Y lo del tamal y la teja? Aunque se hayan convertido en un asunto casi folclórico, no significa que sean algo irrisorio. Tal vez en su valor o en su tamaño… pero es y ha sido una corrupción socialmente extendida y consentida por acción y omisión.  Y por muchos.
Los financiadores privados de las campañas no son de hoy. Siempre han existido. Acaso, almas incautas, creen que es un aporte sin ánimo de lucro, o un invaluable y gratuito aporte a la democracia?.  Y entonces… ¿cuál es el lío ahora? ¿Que los dineros no fueron reportados? ¿Que se pasaron los topes? Sí. No sé cuál es la modalidad delictiva, pero en todo caso, es juego sucio e ilegal. Pero acaso alguien duda de que siempre se violan los topes? Acaso todos nos acabamos de enterar? De veras?
A partir de qué límite estas conductas, harto conocidas, son indignantes… ¿De qué depende? De la “gravedad” del ilícito: O sea, del cargo del involucrado? Del carisma del personaje? De si fue empresa colombiana o extranjera? De si el monto sobrepasó sus “justas proporciones”? De si el implicado fue el triunfador o el perdedor? (Para algunos periodistas de la moral y las buenas costumbres hay una enorme diferencia. Salud!) De si la “denuncia” mediática se difundió en los canales de mayor audiencia, o de si fue en la red independiente?  
Sí. El problema de la corrupción es grave desde hace mucho tiempo, y desde hace mucho tiempo también, es un asunto sin una real sanción legal, y mucho menos una sanción social o política. Los partidos políticos dan su bendición a candidatos sospechosos pese a las denuncias y/o a las investigaciones disciplinarias o judiciales en curso. Somos magos de la presunción de inocencia contra todas las evidencias.  Y del otro lado, cuántas veces han recibido cientos de miles de votos, o incluso, han sido electos personajes de los cuales nadie ponía en duda su turbia proveniencia, o su non sancto actuar. La gata y su gatito, por ejemplo; el poco discreto de Calzones…  Incluso con videos del candidato incurriendo en ilícitos de diferente orden o sencillamente jugando sucio, la gente les ha dado su voto. ¡Y muchas veces sin recibir nada a cambio!
Hay más. Hay muchos motivados por un exprocurador que fue electo gracias a su accionar corrupto, como se pudo comprobar, y que tiene la osadía de encabezar la protesta por los negocios turbios entre políticos y Odebrecht (negocios que, él mismo, se negó a investigar durante su período). Qué decir de un expresidente quien se autoengañó con sus candidatos Santos y Zuluaga. Eso para no hablar en zona franca, perdón, en plata franca, sobre el buen ojo en los negocios de sus buenos muchachos o sus buenos hijos.  El cinismo en la política finalmente no me extraña. Lo que me aterra es la mezcla de cinismo e ignorancia de quienes siguen a estos personajes.
Yo no sé si sean las medidas adecuadas el voto obligatorio; la financiación total de las campañas por parte del Estado, el fortalecimiento de las veedurías ciudadanas, el incremento de las sanciones disciplinarias, etc. Pero sí toca tomar medidas pronto. La desconfianza ciudadana en los políticos se ha transmutado en incredulidad en la democracia, y en ese desencanto, la política (la de los programas, los debates, las propuestas) ha sido reemplazada por el marketing y el feeling, el odio y el prejuicio, el voto de unos pocos, y las fórmulas totalitarias.
Ya empieza Semana Santa… ¡rasguémonos las vestiduras, lavémonos las manos y a rezar! Porque el que peca y reza empata… o hasta de pronto, gana.
Por María González
Investigadora Social
En: http://www.elespectador.com/opinion/hallazgos-colombianos-para-rasgarse-las-vestiduras-columna-686835

Salvando la democracia, maestros

Salvando la democracia, maestros

Publicada en El Espectador, 10 de marzo de 2017
En esta época de postconflicto sírvase marcar con una X la manera como los colombianos debemos recordar el conflicto armado con las FARC y la paz pactada con ellos:
a) Como una amenaza terrorista encabezada por los narcobandidos de las FARC, y auspiciada por el castrochavismo, ante la cual claudicó este gobierno ilegítimo, amigo periodista.
b) Como una pelea muy triste entre hermanos que nunca debieron haberse enfrentado y que encontró su final ante el genuino anhelo de paz de todos, todos los colombianos. ¿Cierto, Tutina?
c) Como la victoria de nuestros héroes frente a los bandoleros comunistas quienes ante nuestra superioridad moral y militar se rindieron a nuestras impolutas instituciones. ¡Arrr!
d) Como la larga lucha revolucionaria de nuestro pueblo por la transformación de las estructuras opresoras encaminada ahora por una senda triunfal democrática. Saludo fraternal compañero.
e) Como una guerra tonta que empezó porque les mataron unas gallinas a unos campesinos, y que se acabó con el Nobel de la Paz. Byee
Si usted eligió cualquiera de las anteriores opciones tiene motivos para preocuparse. Por lo pronto es recomendable que no vea noticieros, ni que escuche radio, puesto que ya está suficientemente desinformado.  Tampoco es recomendable que se devuelva al colegio a ver si aprende algo. Allí pudo estar el origen de todo. Me explico: En las escuelas desde hace mucho enseñan muy poco sobre el conflicto y violencia en Colombia, si nos atenemos a los lineamientos del Ministerio de Educación. Es más… me temo que en los colegios las escasas referencias a estos problemas han de ser metafóricas porque : 1) En el plan de estudios no se incluye como asignatura Historia de Colombia, solo sus fragmentos desperdigados o “transversales” (y cuando existía, era la historia heroica de las gestiones presidenciales);  2) En el currículo básico actual no se hace alusión explícita al conflicto armado interno, aunque si, aunque parezca raro, a una visión crítica de los procesos de paz ; y 3) En la Cátedra de la Paz es opcional enterarse de la guerra en Colombia: de sus lógicas, impactos etc. ¿No le parece increíble?  Así es, y no se lo habían contado.
En la escuela se privilegia un enfoque de la violencia y la guerra en Colombia como problemas de convivencia, (eso sí, delicados, pa’qué), por lo cual la formación en valores y actitudinal adquiere un lugar protagónico en la Educación para la paz. Desde esta perspectiva, la paz en general no es un logro social y político, sino que se convierte en una declaración o disposición ética y espiritual: “La paz es un derecho, somos uno, somos diversos, debemos evitar la guerra, debemos hablar, debemos respetarnos, debemos aprender, debemos entender” (Lindo, ¿cierto?). Asimismo, desprovisto de un contexto histórico, el conocimiento de los derechos humanos adquiere un sentido casi enciclopédico, y la guerra adquiere una connotación de “desviación”. Está mal y punto. ¿Necesita saber más?
El manejo esencialmente ahistórico del conflicto se corrobora aterradoramente en la recomendación dada por uno de los asesores de cabecera de la Cátedra de la Paz para llevar al aula el tema de La Violencia de los 50 y 60, a saber: estudiarla “como pretexto para hablar de la violencia entre compañeros”.  ¡Como si ambos fenómenos tuvieran las mismas dimensiones, la misma naturaleza u origen, las misma significación política y social, el mismo impacto! ¡Sagrado rostro!
Constituye un reto enorme y urgente sustraer a la escuela del ocultamiento de un conflicto armado interno de varias décadas y millones de víctimas… pero por favor, no llevemos el asunto del reconocimiento a un problema identitario o al terreno del duelo o el trauma. El imperativo es que la escuela brinde una información –formación histórica analítica (que no patriótica), que pueda contribuir a la formación de un ciudadano deliberante, que cuestione la narrativa mediática; la narrativa de los vencidos y los vencedores; la del inmaculado Estado atacado y la de sus héroes; la narrativa del horror de la guerra y la compasión como raseros de la verdad; pero también la de la guerra justa, los sacrificados, y las víctimas colaterales. 
La desinformación es un arma poderosa que reviste aún mayor peligro cuando es superficial o precario el conocimiento histórico de la realidad política y social. La desinformación es caldo de cultivo para el discurso emocional y la creencia acrítica, o dicho más claramente, para ir a votar berraco u obnubilado (añadiría yo). Aunque resulte paradójico para muchos enseñar el conflicto (y no sólo el armado) es salvar la democracia, maestros. Lo demás es demagogia de la paz, o de la guerra. ¡Revivamos nuestra historia!
María González
Investigadora Social
marianonimagonzalez@gmail.com

Manual de la indignación: ¡denuncie!

Manual de la indignación: ¡denuncie!

La calidad del análisis periodístico de las dos grandes empresas productoras de noticias en Colombia es palpable en preguntas como “¿por qué si es Pacífico hay violencia?” y “¿sabía usted que su vecino puede ser un sicópata?” son sin duda sesudos cuestionamientos de los generadores de opinión y que dan cuenta de los alcances y nivel de análisis de la realidad política y social de Colombia propuestos al ciudadano del común.
Por María González - Investigadora Social
La puesta en escena de las noticias es reveladora de esta no original forma de abordar los sucesos (“Primer impacto” me atrevo a decir es el ejemplo a seguir). Sírvanse comprobarla:
Seleccione noticias de impacto: “historias de vida y de muerte”. En esta dirección, y a falta de “noticias de orden público”, privilegie noticias de violencia, si es explícita mejor: homicidios y robos (lo más cercano a la gente). Las noticias de tipo político o los alcances políticos de las noticias reléguelos a un segundo plano, o déjeselos a la red independiente (los premios también). Excepción: si hay un escándalo o enfrentamiento personal, denuncia de injuria o calumnia, o es factible su fácil consumo.
Dado el amplio abanico de violencia en el país, privilegie las noticias en las cuales cuente con videos o grabaciones de lo sucedido. Busque material gráfico para apoyar la nota. No se preocupe si es sólo una imagen: repítala de manera insistente como la del carro del homicida transitando por la calle, ladrones atracando, el levantamiento del cadáver, persecuciones y capturas. Si desafortunadamente no consigue este tipo de material sea recursivo: hágalo usted mismo.
Por ejemplo recorra los últimos pasos de la víctima; cuéntelos en frente de la cámara; muestre las huellas de las balas; utilice en primer plano imágenes del escenario de los hechos, así sea solo una fachada.
La ambientación de la noticia es de enorme importancia. Utilice música melodramática o de terror. Que su entonación y gesticulación otorguen profundidad a lo que está describiendo: ensaye previamente las caras de rabia y tristeza porque recuerde en la entrevista o noticia usted será enfocado repetidas veces en primer plano. Usted también es protagonista. Su sentido rol forma parte del repudio, la lástima o “la solidaridad” que se pretende generar. No olvide: encabece o cierre la nota con sentidas palabras como “¿Qué nos pasa?” o “¿Hasta cuándo?”.
Dele la voz a las víctimas o, dicho de otro modo, profundice en su dolor. Con este objetivo pregúntele cuáles son sus sentimientos en ese momento, qué le diría al homicida y de paso a todos los colombianos, cuáles fueron las últimas palabras de la víctima a sus padres o sus hijos, intuía lo que iba a suceder, etc. De ser posible, entrevístelos en la sala de velación, o en las afueras del sitio de los acontecimientos, o en la habitación vacía. La voz de los dolientes es central. Si ese día usted tiene más escrúpulos de lo acostumbrado, recurra a imágenes del llanto o la desesperación que, si son contundentes, pueden hablar por sí solas. En un día normal acompañe las preguntas sugeridas con dichas tomas.
“Ponga las cosas en blanco y negro”. Es decir, utilice adjetivos calificativos para referirse al hecho y a sus protagonistas. Los epítetos transmiten fuerza a la noticia: Terrible tragedia, macabro crimen, brutal muerte, y para referirse a los involucrados, despiadados asesinos o ladrones, inhumanos delincuentes etc. La presunción de inocencia déjesela a la Fiscalía (con excepción de los de buena familia).
En el caso de la víctima, enfatice en su inocencia, su indefensión, los sueños truncados etc. Recuerde que sólo hay violencia si la víctima se presume inocente, de lo contrario titule como ajuste de cuentas o justicia por mano propia.
Esta es la narrativa dominante hoy en las pantallas. Una narrativa que convoca a reacciones emocionales básicas, a la empatía con las víctimas de turno en tanto sujetos de dolor sin proveer elementos de análisis o de comprensión del trasfondo de esos hechos violentos que se están trasmitiendo a diario y de idéntica forma.
En el mejor de los casos “poner en contexto” equivale a un juicio de responsabilidades sobre la coyuntura y básicamente en su dimensión punitiva; a escuchar a presentadores y políticos que en su tiempo libre ofician de opinólogos (que no analistas). En el mediano plazo de este abordaje facilista y sensacionalista no puede desprenderse sino el miedo, el acostumbramiento, la desesperanza, o el hastío con lo que sucede… o la indignación sin eco, como esta: eso es lo que hay.
Enero 23 de 2017

La paz: qué susto

La paz: qué susto

Me asustan sin duda esas imágenes de la paz que se avecina con las FARC. Todos los días veo, escucho y leo que nuestros supermercados estarán desabastecidos; se extinguirá por decreto la propiedad privada; será desterrada la inversión económica extranjera; los líderes de la oposición, y los estudiantes serán silenciados; los militares cubanos nos invadirán; se decretarán el homosexualismo, el marxismo y el ateísmo; se abolirán las elecciones.
Por: María González*
Esa es la caricatura de la paz negociada que circula en las redes sociales, y que muchos comparten. Esa es la farsa de la paz que muchos colombianos creen, y por la cual votarán no, aunque haya otros que invocan argumentos razonables para hacerlo: incredulidad en la justicia transicional y rechazo a la participación política de los desmovilizados.
Me da susto ‘la gente de bien’ que en nombre de “la paz justa” reclama acribillar a las abominables FARC, al rufián de Santos y a los mafiosos de la izquierda disfrazados de políticos; que proclama un solo camino y un solo salvador verdadero; que invoca la emergencia de una resistencia civil a la paz negociada con el rostro de Carlos Castaño como estandarte y demanda que las zonas de concentración de la guerrilla sean los cementerios (todas estas son expresiones verificables en las redes). Estamos más seguros en la guerra que en la paz, aseveran.
Los acuerdos alcanzados son presentados como “socialmierdismo”, o una expresión inequívoca de nuestra “capitulación ante el terrorismo”; el comandante de las Fuerzas Militares es un arrodillado o un ingenuo; la víctima que saluda al enemigo un traidor, o un trastornado; quienes participaron del proceso son unos vendepatrias, y todos los demás somos simpatizantes de la guerrilla… ah… y ellos nuestros perseguidos. En esta lógica no somos contradictores sino enemigos. Hay una gran diferencia allí.
La demonización del adversario, su representación como una amenaza a nuestra sociedad y a nuestra propia existencia, incita a su eliminación o destierro como única salida, porque su palabra es una farsa y su gesto de paz esconde una estrategia tiránica. No es la primera vez que la vociferación del odio ha dominado la escena política. Ya en los 40 y los 50 los discursos incendiarios de los políticos azuzaron a esa Violencia de la cual sólo se recuerda a un muerto, aunque hayan sido 200.000. Eran discursos que por lo demás utilizaban casi las mismas retahílas de ahora (comunista, ateo, masón vs. reaccionario, fascista, violento) y que fueron difundidos sin cortapisas y de forma reiterada por los medios del momento. Las fórmulas retóricas reemplazaron la discrepancia política y programática. Se hizo la Violencia, y se hizo la guerra. Ese es el poder de la palabra.
Más allá del resultado del plebiscito, lo que se viene gestando es la deslegitimación de nuestra institucionalidad democrática, porque de ganar el sí, el triunfo será increpado (de hecho, ya lo fue) como un fraude imposible de tolerar, y si gana el no, será el triunfo del pueblo sobre el terrorismo encabezado por el Presidente “Timosantos”. La puerta ha sido abierta no sólo para la continuación de esta guerra, sino también, para el emprendimiento de una nueva guerra.
Luego de una convivencia tan prolongada con el conflicto armado, el discurso de la destrucción y del enemigo, propio de la guerra, convirtió la política colombiana en otro campo de batalla, en su extensión. La política es a veces tan sucia como la guerra misma. Ojalá el 2 de octubre podamos manifestarnos en contra de las dos.
* Investigadora social

La paz que no importa

La paz que no importa

El acuerdo de paz con las FARC está listo pero paradójicamente aún son muchísimos los colombianos que no han entendido por qué el gobierno nacional se sentó a negociar con dicha guerrilla.
Es una incomprensión que está en la base del rechazo a la posibilidad de un acuerdo pacífico con el cual sellar este frente de guerra. Acaso las FARC no estaban moribundas tras la exitosa política de seguridad democrática?  Acaso no estábamos a la espera tan sólo de su rendición, o de la estocada para su exterminio? En esta lógica entablar los diálogos de paz fue una traición.  Y por extensión, la paz antes que un logro es una inaceptable concesión.
Son muy numerosos quienes reclaman la eliminación de las FARC. No las paces con ellas. Es una paz de la cual dichos guerrilleros no son merecedores, parecen opinar. Sólo su muerte o desaparición de la sociedad tras las rejas son considerados válidos caminos.  Es la paz de los vencedores. Es una paz que no admite transacciones, en la que se saben de un lado los buenos y del otro los malos, aunque en apariencia sean los mismos pobres muchachos rurales vestidos de camuflado. Pero eso es casi melodrama. No hay nada de qué hablar y tampoco qué negociar.
En esta lógica lo de menos son los muertos que hemos puesto o que haya que poner, porque en el caso de ser los del bando propio no son muertos sino héroes, y en el caso de ser del bando enemigo se denominarán “positivos” (son ganancia). Los del medio son “pobres víctimas” y por ellas seguiremos en guerra. Paz en las tumbas… Así es la guerra… Así es nuestra guerra.
“Habrá más muertos” se aseguran de decirnos aquellos que en nombre de los muertos pasados y de los muertos futuros, anunciados por ellos mismos, desprecian la paz de la negociación. Además se aseguran de endosar todas las futuras víctimas posibles a las FARC, incluso cuando estas dejen de existir, pues serán sus reinsertados, irredimibles, los que se sumen a la lista porque en este país habrá quienes no perdonen sino que ajusten cuentas con ellos. (Salud!) Lo demás son fantasmas en un país que concentró el odio en las FARC y contra las FARC.
Que se maten entre si menos colombianos, o que mueran violentamente menos colombianos es un asunto que durante 50 años no ha sido rutinario, pero sí parece ser algo muy poco significativo. Nos hemos acostumbrado. Por eso unos muertos de menos no se sienten. Finalmente, lo de menos en la guerra y en la paz son los muertos, porque matar no siempre es un acto de violencia. Eso depende de quién muera y a manos de quién.
La reducción notabilísima de víctimas por el conflicto armado que se ha registrado  parece solo un dato, aunque de hecho haya sido un logro de las mesas de negociaciones y  sobre todo una realidad que muchas comunidades han vivido a lo largo de estos meses. Pero eso no es asunto noticioso. La paz es asunto de vanidades, nos repiten desde muchos medios de comunicación, y la guerra, la de las FARC, algo imperdonable. Lo que le faltó a la guerra, a la nuestra, fue más tiempo. ¡Estábamos tan cerca!

Por todos los medios... y por todos nosotros

Por todos los medios… y por todos nosotros

(6 de agosto de 2016) 

Seguir las noticias en Colombia es perturbador. No por las malas noticias. No. O bueno, también… pero es que a la tragedia cotidiana se ha sumado y de forma contundente la deplorable “altura del debate”.
Hay que ver los improperios, las mentiras, las acusaciones sin argumento que no son rebatidas, cómo el debate se reemplaza por “la labia” o “astucia” de quienes participan, cómo el ganador es quien tenga mejor “punch”… Hay que ver cómo los medios de comunicación se regodean en esos artilugios: los transmiten, los repiten, los elevan a tema del día, o lo que es lo mismo, desvían la atención del debate hacia ellos. La frase que se escoge para titular suele ser la más agraviante, y los pocos comentarios lúcidos que hubieran podido ser pronunciados se soslayan o son puestos a pie de página. La crítica periodística es escasa o superflua, y se ceden los micrófonos o las cámaras a quien más ruido haga, a quien menos respeto por el otro demuestre. Unos y otros, noticieros y políticos se han envilecido recíprocamente.
Vender escándalos y tragedias hasta ahora ha sido rentable tanto para los periodistas, o quienes ofician de tales, como para los personajes, casi siempre políticos, que participan en el espacio noticioso. No hay problemas reales, sino escándalos: “el escándalo de la parapolítica”, “el escándalo de los falsos positivos”, “el escándalo de las chuzadas”, son entre otras, de las más recordadas etiquetas con las que se ha encubierto la realidad . Hagamos claridad. Los falsos positivos no son un escándalo. Son crímenes cometidos por agentes del Estado. Toma más tiempo decirlo pero es una gran contribución a la difusión de la verdad. La parapolítica no es un escándalo, es un hecho de alianzas criminales entre políticos y paramilitares; las chuzadas son interceptaciones ilegales desde entidades gubernamentales a opositores políticos. El asunto no es sólo nominal. Como si de jingles o campañas publicitarias se tratara, las etiquetas que se han empleado banalizan, vacían de contenido problemas nacionales… pero eso si, tienen punch. Más aun cuando en la misma seguidilla noticiosa con similar nivel de profundidad y visibilidad se relata “el escándalo de los cachos de x a y”, “el escándalo del robo de la corona”. Sin reparo alguno al utilizar la misma etiqueta son equiparados asuntos de muy diferente índole, de muy diferente gravedad. Todos igualmente indignantes, muchos dirán.
Todo esto que funciona en la cotidianidad noticiosa se hace ostensible en relación con el cubrimiento o tratamiento del proceso de paz en curso con las FARC. La simplificación del debate entre santistas y uribistas, o mermelados y “buenos muchachos”, o santos-castrochavistas y x@/! son dicotomías enarboladas por los políticos con fines electorales y acogidas acriticamente en los medios de comunicación. Eso es algo que le hace mucho daño al país. Una cosa es documentar la polarización política existente, que no es ajena a ninguna democracia, otra es reproducir el odio o las mentiras.
En una paz posible con las FARC no está en juego el nobel de Santos ni su popularidad, tampoco la derrota o la coronación de Uribe. La paz posible con las FARC no es asunto partidista ni caudillista. Tampoco está en juego la transformación del sistema político colombiano, ni un reordenamiento socio económico estructural, ni la llegada al paraíso. Nuestros políticos no lo han entendido. Ojalá los líderes de opinión lo hicieran.
Lo quieran asumir o no, los medios de comunicación tienen una responsabilidad social que excede por mucho las campañas navideñas de recolección de regalos. Los medios de comunicación masiva tienen la responsabilidad de verificar y cuestionar la información que es difundida, de proveer de elementos de análisis a una sociedad que tiene en ellos casi su único referente, de ser críticos con el ejercicio político y con su propio ejercicio. Es indispensable generar una opinión pública informada que con base en el conocimiento de los costos e implicaciones reales de su decisión pueda optar por el si o por el no para terminar la guerra con las FARC. Es por todos los medios… es por todos nosotros.