viernes, 1 de septiembre de 2017

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Paracos de corazón


 Más allá de la discusión jurídica, consignar expresamente la prohibición del paramilitarismo tiene una función social fundamental en un país donde son muchos quienes llevan un paraco en su corazón. Dicho de otro modo, son muchísimos quienes aún no logran visualizar o comprender qué de criminal o delictivo tenían los  casi cariñosamente denominados como “paras”.
 En mis reflexiones sociales y políticas de carrera en carrera, es decir con los taxistas, recuerdo el comentario de uno de ellos que se quejaba del gobierno de Uribe, algo extraño por demás. La queja era no porque hubiera saboteado o escuchado ilegalmente a la oposición política, o por haber quitado la remuneración de las horas extras, o porque le hubiera cedido los subsidios de los campesinos a los hacendados vecinos… No. La queja era sorprendente: Uribe negoció con los paramilitares demasiado pronto. ¿Cómo así?, le pregunté. Aquí va su argumento: Si Uribe hubiera dejado seguir “ejerciendo” a los paramilitares, ahí si se hubiera acabado la guerrilla, o, en otras palabras, habrían definitivamente masacrado a esos criminales de ‘la FAR´ y asociados. Lo que le faltó a la guerra fue tiempo.
 No es el único que piensa así. Hay de hecho una legitimación social y política extendida de los paramilitares. Recuérdese que a los paramilitares se les extendió la alfombra roja en el Congreso, y se les dio la palabra sin posibilidad de interpelación, cuando ni siquiera estaban en negociación, dícese eran ilegales y criminales del cotidiano ampliamente reconocidos… (y a decir verdad, mucho rechazo no es que se haya visto entre los no muy honorables).
 La legitimidad adquirida por los ‘paras’ en amplios sectores sociales proviene de su leitmotiv como “autodefensas” en el enfrentamiento con el considerado gran enemigo de los colombianos: la guerrilla. Por eso el hecho de que en nombre de su invocada “justa lucha antisubversiva” masacraran a miles de pobladores civiles es asumido por mucho colombiano como un daño colateral o una “desviación” (eso sí, “abominable” recalca María I.).
 Pero no fueron eso. Los paramilitares ejecutaron una práctica criminal sistemática la cual tuvo amparo social, político y militar. Les recuerdo frasecitas aún vigentes a propósito de las víctimas de los paramilitares como: “eso por algo habrá sido, el que nada debe nada teme, eso todos los de esas zonas son guerrilleros…” Ciertamente, los paramilitares, amparados inicialmente en la normatividad, la hicieron de maravilla: lograron transferir a sus víctimas la acusación y reprobación que debía caer con exclusividad sobre ellos. Pero también lograron decenas de alcaldes, gobernadores y congresistas elegidos, y peor aún, reelegidos a sabiendas de su prontuario criminal (y en recientes elecciones).
Adicionalmente, para los escépticos de la legitimación otorgada a los paramilitares sírvanse acudir a las sentencias de la CIDH y la de uno que otro tribunal nacional donde se constata la existencia de manzanas podridas por cajas. Tal cual.
 El experimento de ceder o delegar en los ciudadanos el uso de las armas para su protección o para apoyar a la Fuerza Pública dio rienda suelta en la guerra a la canalización de intereses políticos, económicos y particulares muy diferentes a la pretendida auto – defensa. Ese “derecho” se tradujo en la eliminación sistemática de opositores políticos y líderes comunitarios, el despojo de tierras, el aniquilamiento de familias enteras, la salvaguarda de corredores de armas y drogas, entre otras bellezas. Basta con mirar las cifras de muertos de la época para comprobar que de su mano fue el más cruento y degradado momento de la guerra.
 “Nos estaban defendiendo” o “que más podían hacer si el Estado no los protegía”, fungen como argumentos de una acción que amparada inicialmente en la legalidad, terminó por instaurar la guerra sucia como rasero de acción, y facilitó la cooptación del Estado con fines ilegales, lo que en plata blanca equivale a un continuo y todavía vigente concierto para delinquir desde las instituciones estatales. Los paras no fueron unos sacrificados ciudadanos que brindaron sus vidas por nosotros, y tranquilos, que los guerrilleros tampoco son simplemente héroes de la revolución y adalides de las buenas maneras, como lo pregonaron en sus orígenes.
 La tarea del momento es la consolidación de la paz. Pero para alcanzarla es impostergable
desparamilitarizar el país, es decir, cortar muchos vínculos políticos y sociales que los legitiman, redes judiciales que los protegen (por módicas sumas) y consagrar al menos típico –idealmente-  que aquí no hay permiso para armarse, y que eso de la “justicia por mano propia” no existe. De paso aprovecharía y añadiría un articulito que diga que el comunismo no es pecado ni ilegal ni criminal. En fin… Es hora de hacer una cirugía de corazón abierto…
marianonimagonzalez.blogspot.com.co
@MarianonimaG

miércoles, 23 de agosto de 2017

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Publicado el 17 de Agosto de 20171

La inteligencia colombiana

Por: María González*
Veo con preocupación a la inteligencia colombiana, y esta vez no como producto de la autorreflexión. En un artículo publicado en un periódico nacional, un intrépido que no decrépito periodista como hay quien afirma por ahí, pone al descubierto, gracias a la información de unos temerarios infiltrados, que “el partido político de las FARC en nada va a parecerse a los que hemos conocido en Colombia. Su objetivo único y último es la toma del poder”. ¡Qué bestialidad!
Por si esto fuera poca cosa, mostrando una audacia ejemplar, su revelación es de no creer: ahora los antiguos guerrilleros disputarán el poder dentro de la institucionalidad democrática, y para ello, acudirían a alianzas y apoyos con diferentes sectores políticos. ¡Indignante!. Pero ahí no acaba la cosa... A renglón seguido, la fuente en cuestión (desde varios ángulos) afirma que, en dado caso, en los territorios donde las FARC salgan electoralmente victoriosas, administrarían los recursos económicos, como lo hacen todos los alcaldes y gobernadores y, ténganse todos, enfatiza: ¡lo harían con miras a construir fortines políticos! ¡Qué porquería! ¡Es el colmo!
¿De verdad alguien requirió infiltrarse y ocultar su rostro para descubrir una noticia pública, que le ha dado más de 80 vueltas al mundo (o parecido); que se ventiló durante cuatro o cinco años seguidos, y que cualquier ciudadano puede consultar simplemente en la legislación nacional, o con su cacique electoral de cabecera (municipal o regional)? Serán guayabas… (verdes). Lo peor de todo, ¡damas y caballeros de sociedad, es posible que “la exclusiva” del infiltrado haya sido paga con nuestros impuestos! Esa platica se perdió. ¡In - cre - í - ble! En fin. En el mejor de los casos, para nuestros bolsillos y sobre todo para los servicios de espionaje y contraespionaje, tan reputados en el país desde hace algunos años, el infiltrado no existió y el impoluto periodista la noticia se inventó. Y es que solo el autor intelectual de un manual de idiotas podía imaginarla… o creérsela (Ver artículo de referencia). Crucen los dedos.
Pero los problemas de inteligencia no solo afectan al entrevistado-entrevistador. Ciertamente es preciso resaltar que, gracias a nuestra inteligencia, los criminales en Colombia no la tienen fácil. Para conmocionar al país, o al menos a las autoridades, no es suficiente matar por centenares a personas del mismo perfil político, social o ideológico. Fíjese usted... En el ejército, la policía y la fiscalía los criminales tienen que pasar una dura prueba epistemológica si desean que su acción asesina no sea considerada de poca monta. En efecto para que la acción criminal adquiera importancia, y de paso sus víctimas reales y potenciales se vuelvan también importantes, se requiere estar organizado, coordinado, ejecutar listados en orden alfabético; en lo posible con la misma arma; a la misma hora; de forma ininterrumpida, en la misma localidad, y no por ello menos importante, portar con altura un uniforme. Ese es el orden de las cosas. De lo contrario pueden matar a cientos y no será más que una modesta acción de delincuencia, de la común, de la aleatoria y simple, de esa que no irrita a nadie, y menos si es hacia los mismos de siempre, a saber, líderes o activistas populares y de derechos humanos. Lo demás son patadas de ahogado y mamerto… Para nuestra inteligencia, y no solo la institucional, en Colombia lo único sistemático (eso si demostrado con cámara y todo) y a todas luces alarmante es el robo de celulares. Ciertamente ese sí es un problema que nos compete a todos y no solo cosa de casos aislados. Su gravedad es solo similar al comunismo, de pensamiento y obra, al que deberían decretar sistemáticamente como ilegal, para que de una vez se regresen al monte, de donde no han debido salir nunca.  ¡Ah bestias!
El problema de la inteligencia en Colombia es cada día más grave… Nuestro impoluto periodista de marras tiene material para un nuevo tomo de su libro, y fijo se venderá por montones.

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Profesión mesías, profesión peligro

Publicada el26 de julio de 2017


Todo era oscuridad y frío. Los malandros y los comunistas de camuflado lanzaban balas y carcajadas por doquier. Dicho de otro modo: las tomas guerrilleras y los secuestros masivos en las carreteras realizados por las FARC, junto al poder social y político acumulado por los carteles del narcotráfico, marcaron el inicio de esta historia. Ni siquiera en los deportes nos iba bien.
Un señor con bigotes y dientes de conejo sacó una negociación del bolsillo, y aumentó la decepción con su incompetencia estratégicamente combinada con la pedantería de los armados. En otras palabras, la débil legitimidad y precaria gobernabilidad en tiempos del doctor Gordito empeoraron con la improvisación de la negociación Patrañesca (en varios sentidos), y el aprovechamiento militar que las FARC hicieron de ella. La modalidad de la negociación se desprestigió o peor aún, se desprestigió la paz como la salida. La salida a la guerra, la encontraríamos por la guerra misma.
Entonces éramos un país necesitado de un héroe, y de súbito, con la sencillez aplastante de las grandes fórmulas, apareció él: con la mano en el pecho, la camisa roja, el cielo azul, y la tricolor ondeante: mano fuerte, corazón grande. ¡Alabado sea su nombre! En otras palabras: Con la ayuda invaluable de las benditas FARC emergió la hasta entonces siempre elusiva identidad nacional: la identidad nacional antisubversiva, y él como su hacedor y nuestro salvador. No hubo un enemigo externo, como en la tradición, sino un enemigo interno. ¡Honor y Gloria por siempre! Ah y el enemigo externo posteriormente apareció: Chávez. Otro ¡Gooool!
No seríamos ya ciudadanos sino hijitos, no habría más ministros sino mandaderitos; solo un líder, solo una voz… solo una estrella. Junto a un discurso nacional antisubversivo se instaló el vale todo y empezó el show: Hasta la lejana Casa de Nariño, donde solo los mandamases tienen asiento, se volvió cercana para todos: la casa de Nari… Ya no sería el doctor, sino el ganadero, el patrón… ¡Qué humildad! ¿Quién dijo que los arrieros terratenientes no podían parecerlo? Él nos escuchaba a todos en consejos comunitarios, organizados milimétricamente tras bambalinas, pero nos escuchaba. ¡Qué inteligencia! Y sobre todo, ¡qué contrainteligencia!
En suma, el show de lo popular, la autoridad y la eficacia funcionó y fue transmitido y retransmitido sin cortapisas por radio, prensa y televisión: el mandamás apeló a lo coloquial en su lenguaje, a lo folclórico en su estilo, a lo popular en las medidas que implementó, así muchas no fueran sino medidas de opinión, y otras muchas nunca se ejecutaran. Él logró capitalizar el fastidio hacia el modelo de político oligárquico, cuasi hereditario, oficinesco y experto, y convirtió en códigos de identidad colectiva los que emplea como sus credenciales de presentación: creyente, trabajador, antiguerrillero. La unión fue reemplazada por el ‘unanimismo’, o lo que es lo mismo, el uribismo. Las denuncias en su contra se transformaron en ofensas a la patria, en mantos de duda sobre los denunciantes, y la oposición a su figura en delito de traición. Por eso es tan difícil correrle la silla al patrón.
Él ha logrado mantener vivos los contra-símbolos o antivalores que le permiten ser quien es: aunque las FARC han muerto, su fantasma comunista quizás, quizás, quizás asusta más; el castrochavismo se reencarnó en la brutalidad de Maduro en todas sus acepciones (una maldición para ellos y para nosotros, una bendición para él); y la oligarquía traicionera, antipática y poco dadivosa tiene en Santos de dónde explotar (con y sin méritos, hay que aclarar).
Aunque los villanos de antaño ya no están, los nuevos brillan con luz propia, en vivo y en diferido. ¿Dónde están las cámaras, amigo periodista? “El show debe continuar… yo soy un profesional”. Sálvese quien pueda…

*Investigadora social
mariaanonimagonzalez@gmail.com
mariaanonimagonzalez.blogspot.com.co

miércoles, 5 de julio de 2017

Por María González*
Nos cuesta mucho acostumbrarnos a pensar en la paz como futuro inmediato; nacimos en guerra y a ella nos debemos (¡No nos la quiten!, grita una despelucada mujer desde el fondo y a la derecha de la mesa). Finalmente, la violencia guerrillera estaba delimitada, eran predecibles en buena medida sus estrategias contra la patria. Para muchos, la paz es una afrenta. Nos la quitaron de las manos... y también de los fusiles (Muchos, demasiados, lloran).
¡Ah tiempos aquellos! En nuestro imaginario la FAR hacía más inteligible el mundo, todos nuestros males: no hay inversión, la culpable era la guerrilla; no hay educación, culpa de la guerrilla; hay pobreza, culpa de la guerrilla; hay paros, culpa de la guerrilla, y la corrupción no era problema, pues el problema era la guerrilla. La guerrilla no deja, la guerrilla lo hizo, la guerrilla destruye… ¡Qué guerrilla la de esa época! Y de nosotros solo se contaban los éxitos militares. Desde el Ejecutivo escuchábamos a todas las ramas del poder, por si las FAR los habían infiltrado primero. Tampoco teníamos medios en contra, sino solo leales voceros.
“CONVIVIR” con la guerrilla era posible… Nosotros lo demostramos. A sangre y bala, como es debido, los devolvimos al monte; los regresamos a sus límites, políticos, geográficos, y sociales, donde estaban bien confinados a la guerra y no molestaban sino a pequeñas comunidades y les daban de qué vivir a nuestros héroes. La guerrilla era rentable, no nos mintamos, y no solo políticamente. Amigos, la tierra era nuestra y el ingreso seguro. El escenario de la guerra lo teníamos dominado. De hecho, la mayoría de los colombianos siempre creyó que militarmente podíamos ganar, incluso en épocas como la de Pastrana, mi querido amigo, a quien le debo mi primera elección. Mi gratitud eterna pues sin su torpeza no hubiera sido posible. Y, por supuesto, gracias también a la FAR... (El público aplaude a rabiar. ¡Impresionante!). Desde el primer momento yo lo supe: los colombianos no querían la paz con la FAR sino ganar la guerra con todos los honores para los vencedores y todas las humillaciones para los vencidos. Es por eso que el hecho de que ahora no haya de esos muertos, y que se hayan entregado las armas, no emociona sino decepciona.
Los enemigos eran “positivos” en el campo de batalla; ahora es posible que tengamos que enfrentarlos en otros territorios y de otra manera. Ya nada es como antes… Pero tienen que saberlo: nunca debieron haber salido del monte porque la arena política es solo nuestra. (Sus ojos se desorbitan, el pecho se infla y la voz adquiere un tono tembloroso).  No lo duden, amigos: estábamos más seguros en la guerra que en la paz. (Un silencio casi sepulcral invade el escenario) Pero no todo se ha perdido… ¡No dejaremos morir a la FAR! ¡Larga vida y honra a nuestro partido! (Tiembla el auditorio de la emoción. Se registran al menos tres desmayos). De nosotros depende mantener vivo su recuerdo, porque muchas víctimas desagradecidas han hecho las paces con ellas. Escuchen bien, la FAR serán siempre nuestros enemigos. Haremos el acuerdo trizas… y al traidor también… Un poco más: ¡Sí es posible!
Compañeros, cuiden las comunicaciones… Repitan y ejecuten: “Toda iniciativa del enemigo es mala”. Y la paz la peor de todas… “Si aquella parece razonable es deshonesta”. “Todo lo que el enemigo hace tiende a destruirnos”. “El enemigo personifica lo contrario de lo que somos y de lo que aspiramos”.
De ahora en adelante Santos será el comandante Santiago, pero tengan cuidado, no lo confundan con mi hermanito, un apóstol de nuestra causa.  Repitan: Santos es comunista. Otra vez (Sube el tono de la voz. Casi grita): Santos es comunista. (“Mientan, mientan que de la mentira algo queda”, dice alguien emberracado desde debajo de la mesa. “Siembren cizaña que a lo mejor prende”, susurra una mujer de extraño rostro)
Aprendamos de nuestros antepasados que se inventaron al coco y al comunismo para asustar a los niños en las noches y a los grandes en las elecciones. El santos-castro chavismo es una realidad. ¡Repitan!  Quién dijo miedo hijitos… (Ensordecida huyo del auditorio. Adiós)              

miércoles, 21 de junio de 2017


Por sus armas los reconoceréis

Por: María González*
Hay algo en Colombia casi peor que ser de las FARC, y que no es ser de las ex FARC. Adivinen… ¡Sí! Ese ominoso lugar corresponde a ser político. El opinómetro y el latinobarómetro reflejan la extendida desconfianza, la incredulidad en los políticos, y de paso en la democracia.
Ciertamente, en nuestro país ser político es ser el acreedor de una muy merecida y baja reputación. Ahora bien, dentro de esta poco honrada profesión hay contadas excepciones, que le restituyen su virtud, pero hay también lugares en exceso vergonzantes. Vaya por la sombra, por el centro y a la derecha y tenga cuidado… se los puede chocar de frente.
Los poderosos, los de arriba, los doctores, los oligarcas, son expresiones todas para referirse a nuestros políticos de hoy y los de antaño, familiares por demás, y que connotan la percepción extendida de la existencia, no figurada, de una clase política: una clase real, que se hereda y también hurta. Además, piensan muchos, ese lugar requiere aparentemente de unos saberes particulares, que hacen ininteligibles muchas de las cosas que allí se promueven, se discuten, se dictaminan. Y de hecho la distancia entre un debate “político” y una leguleyada es cada día más corta. En varios sentidos el campo político se configura así, como algo distante y ajeno.
Al contrario de lo que la gente espera, a saber, que la política esté gobernada por el altruismo, por el servicio a los demás, en los hechos ésta se proyecta simplemente como un medio de enriquecimiento. Como lo registra el latinobarómetro, en su mayoría los colombianos creen que los políticos trabajan para su propio beneficio, o ponen lo público a su servicio personal e intransferible. En estas incautas tierras, la corrupción constituye el principal descriptor de la política. El problema es que esta suma continua de males ha generado en el hastiado público una interiorización de esas lógicas como naturales, como propias e inevitables de la política. El hastío se tradujo en apatía, de la cual la abstención es su huella más visible, aunque hay también quienes se han acomodado y quienes pescan en río revuelto. El voto es una moneda de cambio al mejor postor, y hay quienes saben venderse y quienes saben comprarlos bien.
El lugar de lo político está tan desprestigiado que hasta los propios políticos lo saben, y le rehúyen: ya no se quieren reconocer ahí. No es un mea culpa, simplemente sucede que ya casi llegan las elecciones. El asunto llega a tal extremo que ahora emplean como estrategia de marketing autodenominarse “políticamente incorrectos”, y realmente saben de esas lides… y lo que es peor, les puede funcionar.
Los antivalores dan votos porque los viejos principios fueron traicionados o enlodados durante décadas en la escena política. Por eso confundimos ahora el anhelo de hablar de frente, con agredir de frente, con calumniar de frente, mentir de frente. Se confunde la valentía con el cinismo; el debate con la ofensa personal. Confundimos los partidos con carteles, los liderazgos con los autoritarismos. Un asesino a sueldo se presenta como adalid de la moral, y un tramposo y otro embaucador como adalides de las sanas costumbres. Estamos tan confundidos que nos emberracan los gestos de paz y nos extasían las invitaciones al odio o a la venganza. De hecho, confundimos la justicia con el talión o con la ley del más fuerte. En fin. Hay políticos de armas tomar, literal y figuradamente, amigo periodista. Se dejaron las armas de la guerra, pero las armas sucias de la política, de esas no hubo dejación. ¡Ilusos!
* Investigadora social

jueves, 8 de junio de 2017



¡Paren ya!

Por María González*

¿Se impone el derecho a la movilidad sobre el derecho a la protesta? Es un interrogante digno de ser la pregunta del día en muchos informativos radiales o de televisión. Si aún no ha sido hecha es porque luce políticamente incorrecta, o por la obviedad de la respuesta. En efecto, tienen derecho a protestar, pero no a colapsar la ciudad… me parece oír a multitudes que pitan y pitan. ¿Por qué no protestan por twitter? dice un sujeto proactivo and new age... No es culpa de ellos. O bueno, solo lo es parcialmente.
Aunque cueste creerlo, sobre todo después de ver el cubrimiento noticioso, el objetivo de la protesta pública no es hacer trancón; ni en el caso de los maestros enriquecerse a costa de nuestros impuestos; ni perjudicar a los niños y de paso a los más pobres o “desfavorecidos”. Esa es una mirada mezquina e inmediatista a todas luces, que no reconoce como trasfondo una larga historia de apatía o de incumplimientos gubernamentales, de subvaloración, de corrupción… Y no estoy pensando solo en los docentes sino también, en los bonaverenses y en los chocoanos. Ahora bien, la protesta social tiene unos costos políticos y sociales, y de eso se trata: de presionar… y es un derecho hacerlo. Es más. Es un derecho que la gente se ve obligada a ejercer cuando se agotan otras vías “más educadas”.  
El problema en Colombia es que no estamos acostumbrados a la protesta y a la lucha reivindicativa, las cuales son mal vistas, e interpretadas como signo de perturbación social, de desorden amenazante, de pérdida… sobre todo económica. Ciertamente nuestros noticieros de confianza se encargan de sobredimensionar las millonarias pérdidas que ocasionan los paros, y comparativamente es muy poco lo que dedican a las millonarias deudas de la nación con la gente de esos territorios, o del sector de turno. No es solo cuestión de discurso… aunque reconozco que estoy muy romántica. Póngale atención maestro: somos uno de los países con más baja inversión por estudiante en educación; la docencia es una profesión de quinta (Sí. Ya es una profesión…) y la educación pública se afirma de manera rampante que “no es rentable”, mientras que se financia la educación privada…Ahhh….  Además mi negro, en Buenaventura el 63,5% de la población urbana es pobre, y de la población rural lo es el 91% (CNMH, 2015). En Chocó… el panorama es aún más oscuro. ¿Hay o no motivos para protestar? ¿Hay o no motivos para exigir? ¿Hay o no motivos para presionar?
El hecho de que durante décadas las guerrillas se adjudicaran la defensa de los derechos ciudadanos, especialmente de los pobres, o que estratégicamente desde los sucesivos gobiernos (incluso pareciendo política de Estado) la protesta fuera representada como infiltrada por la insurgencia, significó su tratamiento como “problema de orden público” y dio casi al traste con la organización y la protesta ciudadana. Es un legado perverso de la guerra. La puso bajo sospecha. Ser sindicalista es un estigma. Es terrible. Ser de izquierda es peyorativo. Ser de la oposición es ser saboteador. En este país de razonamientos silogísticos infalibles funciona así, por ejemplo: La protesta social es subversiva. Los maestros protestan por todo. Luego los maestros son subversivos peligrosos. A lo que se añade: Bienvenido el ESMAD. El miedo a la protesta pública tiene incluso una expresión gráfica: “eso no vaya mijita a marchar que es peligroso”, y su subvaloración tiene también otra expresión gráfica: mijitos, “el tal paro no existe”.
La protesta pública no le hace daño al país. El problema, si se quiere, es que no estemos todos en paro... el problema es que nos parezca tan normal la inequidad; tan normal la corrupción política; tan de avanzada la privatización de los servicios públicos como la educación; tan de malas ellos, y tan afortunados nosotros… ¡Como no son sus hijos! ripostan de un lado; ¡como no son sus padres!, replican los otros.
“Poder en movimiento” es no sólo el título de un gran libro, sino una elocuente representación de la valía de la protesta en las calles. La protesta social es una de las expresiones más bonitas del ejercicio ciudadano y democrático (hasta cuando la interrumpe o agrede el ESMAD).
La protesta es una forma de participación y de veeduría ciudadana. ¡Pare! Pare y lo piensa... Alerta que camina…

*Investigadora social

lunes, 22 de mayo de 2017


Bojayá: ¿La primicia o la primacía del duelo?


http://www.elespectador.com/opinion/bojaya-la-primicia-o-la-primacia-del-duelo-columna-695047

Mayo 22 de 2017

Bojayá: ¿La primicia o la primacía del duelo?

Por María González*

En el lugar de la noticia y en los momentos de mayor desolación o apremio una de las más usuales preguntas que formulan los periodistas a las víctimas es acerca de sus sentimientos: ¿Cómo se siente? ¿Qué quiere decirles a todos los colombianos? (Ver anterior columna: Manual de la indignación) … ¿Es eso acaso lo que se entiende por visibilizar o dar voz a las víctimas? ¿Cuál es el sentido de indagar o escudriñar en su dolor? ¿Es esa la verdad o la información que se requiere cuando se habla de esclarecimiento? ¿Es esa información de interés público?
Mostrarle al mundo, dimensionar lo ocurrido, concitar a la indignación o al repudio suelen ser los argumentos invocados para mostrar o sencillamente exhibir el dolor de los demás en los informativos periodísticos. Pero, así como la constatación del dolor nunca ha impedido la guerra, como magistralmente lo expone Susan Sontag, la divulgación del dolor no es en sí misma un antídoto contra el olvido ni contra la impunidad; ni nos hace mejores compatriotas o ciudadanos; ni da por resultado una conciencia más integral de lo que pasa… Menos aun cuando el conocimiento propuesto sobre la guerra en la narrativa mediática suele enfatizar o restringirse a la presentación del horror y la ruina.
La difusión y/o el conocimiento del dolor no equivalen a una mayor comprensión de lo sucedido. En efecto, es preciso destacar que la documentación del sufrimiento es diferente en si misma de la documentación de la guerra o la violencia. El sufrimiento da cuenta de los impactos destructores de la guerra, pero no explica per se las lógicas, ni las responsabilidades, ni las funcionalidades de la guerra…
En aras de la verdad, las víctimas no son la única ni la más privilegiada fuente de información y entonces, su silencio no es un impedimento para la construcción de la verdad. La memoria y su ejercicio tienen sus propios tiempos, espacios y audiencias. En particular la memoria de las víctimas. Es importante escuchar a quien quiere hablar, pero también, respetar al que quiera aplazar su voz (no ahora, no aquí o no todavía), o a quien quiere guardar silencio. Cada cual es dueño de su testimonio. Primo Levi como víctima, fue quién decidió cuándo hablar, cómo hacerlo, qué decir y qué callar. Pero sin su enorme testimonio también nos hubiéramos enterado de los hornos crematorios, de las cámaras de gas; de las alianzas políticas, de los discursos que construyeron y legitimaron el Holocausto. La verdad que requieren las víctimas no es acerca de su dolor, esa ya la conocen. La verdad que requiere la sociedad en su conjunto es la que apunta al esclarecimiento del conflicto armado y a la restitución de la dignidad de quienes lo han padecido.
En el caso particular de Bojayá, la negativa al seguimiento y/o la exhibición de su dolor por parte de quienes no son ni su familia ni su comunidad, no constituye una acción de censura. Tampoco lo fue cuando limitaron el acceso de la prensa a la petición de perdón realizada por las FARC a su comunidad para prevenir la instrumentalización de su experiencia traumática por parte de unos y otros. Las víctimas simplemente aspiran a decidir sobre su dolor, sobre su voz. Tal vez los resultados de la exhumación aporten a una reconstrucción de lo sucedido, y sean una información de interés público. No así el duelo. El duelo le compete con exclusividad a los dolientes más aún cuando ellos mismos lo han solicitado. El
protocolo alrededor de las exhumaciones no es un capricho nacional, ni un abuso de la memoria.
El silencio de las víctimas, o la posibilidad de contarse a sí mismas, no es una declaración de enemistad ni una amenaza hacia la libertad de prensa o la verdad. Esas prácticas solo les competen a los asesinos o a los tiranos. No nos confundamos.
La prensa, la buena prensa, corre peligro en Colombia cuando confronta o pone en evidencia a quienes se disfrazan de prohombres. No por las víctimas. La prensa, la buena prensa, corre peligro en Colombia cuando se asume a sí misma como salvadora o como justiciera. No por las víctimas. La prensa, la buena prensa, corre peligro en Colombia cuando denuncia a los actores armados y sus complicidades sociales, institucionales y políticas. No por las víctimas. La prensa, la buena prensa, corre peligro cuando reemplaza su función investigativa y crítica por el rating, o por “la favorabilidad de la opinión pública”, o por los juicios morales. No por las víctimas. La verdad corre peligro cuando no hay una buena prensa.
La decisión de silencio o de intimidad de las víctimas ha sido puesto bajo sospecha. Les hemos quitado la titularidad de su padecimiento. Qué tristeza.
*Investigadora social
marianonimagonzalez.blogspot.com.co
@MarianonimaG